jueves, 7 de enero de 2010

La mia signorina


Un despropósito que llueva en Firenze. No hay techos donde guarecerse para masticar un refuerzo- o ver esculturas andantes, cuadros móviles, calles adoquinadas que se olvidarán luego, porque no hay instrumento fino que las pueda engrampar.


Caminamos rápido hasta la entrada de un cajero automático. Encontramos ahí un lugar donde espantar la llovizna insistente; nos sentamos en el escalón a comer. Me las ingenio para desenmascarar rincones urbanos que puedan ser escondrijos de quienes nos movemos por las calles sin horario. Campidoglio me sigue confiado. Me ha visto engañar a las nubes y entrar al cielo por la puerta principal.

Allá en Roma, para resistir tanta Italia lluviosa entramos a una misa íntima cerca de Piazza Navona. Una atea y un condescendiente atendiendo un sermón privado, en latín, y con un cura mirándonos a los ojos. Fue igual que rezarle al capitalismo sin tarjeta magnética. Decidí entonces comprar impermeables.


De la serie “On the road” (2)


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